Cultura popular, oralidad y escritura. Hoy y ayer: Caperucita roja

Acá les presento un texto que seguramente todos conocen, o al menos una versión de él. La que hoy conocemos como caperucita roja, originalmente ni siquiera portaba dicho sombrero, pero evidentemente podemos notar que se trataba de la misma historia un tanto diferente.

La primer versión oral trascripta a la que tenemos acceso, es un cuento popular francés del siglo XVIII, perteneciente a la tradición oral campesina, una leyenda cruenta para asustar a niños y divertir a adultos; sin caperuzas, ni moralejas, ni leñadores salvadores, con "inocencia" y promiscuidad, distinta a la que actualmente conocemos y de la que se nutrirían otras versiones posteriores.

Había una vez una niñita a la que su madre le dijo que llevara pan y leche a su abuela. Mientras la niña caminaba por el bosque, un lobo se le acercó y le preguntó adonde se dirigía.
- A la casa de mi abuela, le contestó.
- ¿Qué camino vas a tomar, el camino de las agujas o el de los alfileres?
- El camino de las agujas.
El lobo tomó el camino de los alfileres y llegó primero a la casa. Mató a la abuela, puso su sangre en una botella y partió su carne en rebanadas sobre un platón. Después se vistió con el camisón de la abuela y esperó acostado en la cama. La niña tocó a la puerta.
- Entra, hijita.
- ¿Cómo estás, abuelita? Te traje pan y leche.
- Come tú también, hijita. Hay carne y vino en la alacena.
La pequeña niña comió así lo que se le ofrecía; mientras lo hacía, un gatito dijo:
- ¡Cochina! ¡Has comido la carne y has bebido la sangre de tu abuela!
Después el lobo le dijo:
- Desvístete y métete en la cama conmigo.
- ¿Dónde pongo mi delantal?
- Tíralo al fuego; nunca más lo necesitarás.
Cada vez que se quitaba una prenda (el corpiño, la falda, las enaguas y las medias), la niña hacía la misma pregunta; y cada vez el lobo le contestaba:
- Tírala al fuego; nunca más la necesitarás.
Cuando la niña se metió en la cama, preguntó:
- Abuela, ¿por qué estás tan peluda?
- Para calentarme mejor, hijita.
- Abuela, ¿por qué tienes esos hombros tan grandes?
- Para poder cargar mejor la leña, hijita.
- Abuela, ¿por qué tienes esas uñas tan grandes?
- Para rascarme mejor, hijita.
- Abuela, ¿por qué tienes esos dientes tan grandes?
- Para comerte mejor, hijita. Y el lobo se la comió.”
© Robert Darnton. “La gran matanza de gatos y otros episodios de la historia de la cultura francesa”. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1987.

La primera versión escrita y publicada de Caperucita roja data de 1697, y es parte de otros 7 cuentos que Charles Perrault recopiló y transformó para agasajar a las damas de la corte de Versalles. Perrault tomó los cuentos orales de los pueblos más probres, suprimió la vulgaridad e insertó una trama romántica. En el caso de “El pequeño chaperón rojo”, traducción literal del título de su cuento del frances al español, Perrault suprime escenas de la leyenda original, como cuando el lobo disfrazado invita a la niña a comer los restos de su abuela. El canibalismo y lo escatológico desaparecen, pero no la crueldad pues el lobo se come nuevamente a la niña, termina mal, pero en este caso es para aleccionar sobre el encuentro de desconocidos, a su vez introduce una moraleja al final del cuento. Esto es “Le petit Chaperon rouge”:

Había una vez una niñita en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera visto; su madre estaba enloquecida con ella y su abuela mucho más todavía. Esta buena mujer le había mandado hacer una caperucita roja y le sentaba tan bien que todos la llamaban Caperucita Roja. Un día su madre, habiendo cocinado unas tortas, le dijo.
- Anda a ver cómo está tu abuela, pues me dicen que ha estado enferma; llévale una torta y este tarrito de mantequilla.
Caperucita Roja partió en seguida a ver a su abuela que vivía en otro pueblo. Al pasar por un bosque, se encontró con el compadre lobo, que tuvo muchas ganas de comérsela, pero no se atrevió porque unos leñadores andaban por ahí cerca. Él le preguntó a dónde iba. La pobre niña, que no sabía que era peligroso detenerse a hablar con un lobo, le dijo:
- Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.
- ¿Vive muy lejos? -le dijo el lobo.
- ¡Oh, sí! -dijo Caperucita Roja-, más allá del molino que se ve allá lejos, en la primera casita del pueblo.
- Pues bien -dijo el lobo-, yo también quiero ir a verla; yo iré por este camino, y tú por aquél, y veremos quién llega primero.
El lobo partió corriendo a toda velocidad por el camino que era más corto y la niña se fue por el más largo entreteniéndose en coger avellanas, en correr tras las mariposas y en hacer ramos con las florecillas que encontraba. Poco tardó el lobo en llegar a casa de la abuela; golpea: Toc, toc.
- ¿Quién es?
- Es su nieta, Caperucita Roja -dijo el lobo, disfrazando la voz-, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía. La cándida abuela, que estaba en cama porque no se sentía bien, le gritó:
- Tira de la aldaba y el cerrojo caerá. El lobo tiró de la aldaba, y la puerta se abrió. Se abalanzó sobre la buena mujer y la devoró en un santiamén, pues hacía más de tres días que no comía. En seguida cerró la puerta y fue a acostarse en el lecho de la abuela, esperando a Caperucita Roja quien, un rato después, llegó a golpear la puerta: Toc, toc.
- ¿Quién es?
Caperucita Roja, al oír la ronca voz del lobo, primero se asustó, pero creyendo que su abuela estaba resfriada, contestó:
- Es su nieta, Caperucita Roja, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.
El lobo le gritó, suavizando un poco la voz:
- Tira de la aldaba y el cerrojo caerá.
Caperucita Roja tiró de la aldaba y la puerta se abrió. Viéndola entrar, el lobo le dijo, mientras se escondía en la cama bajo la frazada:
- Deja la torta y el tarrito de mantequilla en la repisa y ven a acostarte conmigo.
Caperucita Roja se desviste y se mete a la cama y quedó muy asombrada al ver la forma de su abuela en camisa de dormir. Ella le dijo:
- Abuela, ¡qué brazos tan grandes tienes!
- Es para abrazarte mejor, hija mía.
- Abuela, ¡qué piernas tan grandes tiene!
- Es para correr mejor, hija mía.
- Abuela, ¡qué orejas tan grandes tiene!
- Es para oírte mejor, hija mía.
- Abuela, ¡qué ojos tan grandes tiene!
- Es para verte mejor, hija mía.
- Abuela, ¡qué dientes tan grandes tiene!
- ¡Para comerte mejor!
Y diciendo estas palabras, este lobo malo se abalanzó sobre Caperucita Roja y se la comió.”
Moraleja:
Aquí vemos que la adolescencia, en especial las señoritas, bien hechas, amables y bonitas no deben a cualquiera oír con complacencia, y no resulta causa de extrañeza ver que muchas del lobo son la presa. Y digo el lobo, pues bajo su envoltura no todos son de igual calaña: Los hay con no poca maña, silenciosos, sin odio ni amargura, que en secreto, pacientes, con dulzura van a la siga de las damiselas hasta las casas y en las  callejuelas; más, bien sabemos que los zalameros entre todos los lobos  ¡ay! son los más fieros.

Para finalizar les presento el cuento de niños que hoy en día conocemos popularmente, y es la versión de los hermanos Jacobo (1785- 1863) y Guillermo (1786- 1859) Grimm. Ellos en sus comienzos intentaron reconstruir, lo más fielmente posible, los textos originales motivados por una ideología de un retorno nacional a las raíces. Sin embargo, los Grimm no pertenecían a una familia adinerada y pasaron del público académico al mercado infantil potencialmente más lucrativo.
“El libro no está escrito para niños... Sin embargo, en esta nueva edición hemos borrado cuidadosamente todas las expresiones inadecuadas para la niñez.” Comentan en su prólogo.
La recopilación final, de 210 cuentos, publicada en 1857, conocida con el nombre de “Cuentos de Hadas de los Hermanos Grimm”, y revisada de acuerdo con las expectativas de críticos y lectores padres en especial, no presentan el folclore del pasado, sino todo lo contrario: los relatos son para una nueva época y vinieron a personificar los primeros cuentos de hadas dirigidos, por primera vez, a los niños.

Tomando el texto de Perrault de 1697, los hermanos Grimm introdujeron algunas modificaciones:
- La mantequilla o leche de la cesta es cambiada por una botella de vino.
- La madre introduce una recomendación a Caperucita antes de partir, promoviendo valores de enseñanza y disciplina, con una figura maternal más destacada.
- El lobo se pone las ropas de la abuela después de devorarla (la desnudez desaparece) y se mete en la cama de ésta. Además Caperucita no se acuesta en la cama con el lobo. La historia deja de ser parábola sexual para transformarse en fábula familiar.
- Se introduce la figura del cazador. El cazador libera a Caperucita y a la abuela, dotando así al cuento de un final feliz.

Por último, el cuento:

Había una vez una adorable niña que era querida por todo aquél que la conociera, pero sobre todo por su abuelita, y no quedaba nada que no le hubiera dado a la niña. Una vez le regaló una pequeña caperuza o gorrito de un color rojo, que le quedaba tan bien que ella nunca quería usar otra cosa, así que la empezaron a llamar Caperucita Roja. Un día su madre le dijo: “Ven, Caperucita Roja, aquí tengo un pastel y una botella de vino, llévaselas en esta canasta a tu abuelita que esta enfermita y débil y esto le ayudará. Vete ahora temprano, antes de que caliente el día, y en el camino, camina tranquila y con cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas a caerte y se quiebre la botella y no quede nada para tu abuelita. Y cuando entres a su dormitorio no olvides decirle, “Buenos días”, ah, y no andes curioseando por todo el aposento.”

“No te preocupes, haré bien todo”, dijo Caperucita Roja, y tomó las cosas y se despidió cariñosamente. La abuelita vivía en el bosque, como a un kilómetro de su casa. Y no más había entrado Caperucita Roja en el bosque, siempre dentro del sendero, cuando se encontró con un lobo. Caperucita Roja no sabía que esa criatura pudiera hacer algún daño, y no tuvo ningún temor hacia él. “Buenos días, Caperucita Roja,” dijo el lobo. “Buenos días, amable lobo.” - “¿Adonde vas tan temprano, Caperucita Roja?” - “A casa de mi abuelita.” - “¿Y qué llevas en esa canasta?” - “Pastel y vino. Ayer fue día de hornear, así que mi pobre abuelita enferma va a tener algo bueno para fortalecerse.” - “¿Y adonde vive tu abuelita, Caperucita Roja?” - “Como a medio kilómetro más adentro en el bosque. Su casa está bajo tres grandes robles, al lado de unos avellanos. Seguramente ya los habrás visto,” contestó inocentemente Caperucita Roja. El lobo se dijo en silencio a sí mismo: “¡Qué criatura tan tierna! qué buen bocadito - y será más sabroso que esa viejita. Así que debo actuar con delicadeza para obtener a ambas fácilmente.” Entonces acompañó a Caperucita Roja un pequeño tramo del camino y luego le dijo: “Mira Caperucita Roja, que lindas flores se ven por allá, ¿por qué no vas y recoges algunas? Y yo creo también que no te has dado cuenta de lo dulce que cantan los pajaritos. Es que vas tan apurada en el camino como si fueras para la escuela, mientras que todo el bosque está lleno de maravillas.”

Caperucita Roja levantó sus ojos, y cuando vio los rayos del sol danzando aquí y allá entre los árboles, y vio las bellas flores y el canto de los pájaros, pensó: “Supongo que podría llevarle unas de estas flores frescas a mi abuelita y que le encantarán. Además, aún es muy temprano y no habrá problema si me atraso un poquito, siempre llegaré a buena hora.” Y así, ella se salió del camino y se fue a cortar flores. Y cuando cortaba una, veía otra más bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta se fue adentrando en el bosque. Mientras tanto el lobo aprovechó el tiempo y corrió directo a la casa de la abuelita y tocó a la puerta. “¿Quién es?” preguntó la abuelita. “Caperucita Roja,” contestó el lobo. “Traigo pastel y vino. Ábreme, por favor.” - “Mueve la cerradura y abre tú,” gritó la abuelita, “estoy muy débil y no me puedo levantar.” El lobo movió la cerradura, abrió la puerta, y sin decir una palabra más, se fue directo a la cama de la abuelita y de un bocado se la tragó. Y enseguida se puso ropa de ella, se colocó un gorro, se metió en la cama y cerró las cortinas.

Mientras tanto, Caperucita Roja se había quedado colectando flores, y cuando vio que tenía tantas que ya no podía llevar más, se acordó de su abuelita y se puso en camino hacia ella. Cuando llegó, se sorprendió al encontrar la puerta abierta, y al entrar a la casa, sintió tan extraño presentimiento que se dijo para sí misma: “¡Oh Dios! que incómoda me siento hoy, y otras veces que me ha gustado tanto estar con abuelita.” Entonces gritó: “¡Buenos días!”, pero no hubo respuesta, así que fue al dormitorio y abrió las cortinas. Allí parecía estar la abuelita con su gorro cubriéndole toda la cara, y con una apariencia muy extraña. “¡!Oh, abuelita!” dijo, “qué orejas tan grandes que tienes.” - “Es para oírte mejor, mi niña,” fue la respuesta. “Pero abuelita, qué ojos tan grandes que tienes.” - “Son para verte mejor, querida.” - “Pero abuelita, qué brazos tan grandes que tienes.” - “Para abrazarte mejor.” - “Y qué boca tan grande que tienes.” - “Para comerte mejor.” Y no había terminado de decir lo anterior, cuando de un salto salió de la cama y se tragó también a Caperucita Roja.

Entonces el lobo decidió hacer una siesta y se volvió a tirar en la cama, y una vez dormido empezó a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese momento por allí, escuchó los fuertes ronquidos y pensó, ¡Cómo ronca esa viejita! Voy a ver si necesita alguna ayuda. Entonces ingresó al dormitorio, y cuando se acercó a la cama vio al lobo tirado allí. “¡Así que te encuentro aquí, viejo pecador!” dijo él.”¡Hacía tiempo que te buscaba!” Y ya se disponía a disparar su arma contra él, cuando pensó que el lobo podría haber devorado a la viejita y que aún podría ser salvada, por lo que decidió no disparar. En su lugar tomó unas tijeras y empezó a cortar el vientre del lobo durmiente. En cuanto había hecho dos cortes, vio brillar una gorrita roja, entonces hizo dos cortes más y la pequeña Caperucita Roja salió rapidísimo, gritando: “¡Qué asustada que estuve, qué oscuro que está ahí dentro del lobo!”, y enseguida salió también la abuelita, vivita, pero que casi no podía respirar. Rápidamente, Caperucita Roja trajo muchas piedras con las que llenaron el vientre del lobo. Y cuando el lobo despertó, quizo correr e irse lejos, pero las piedras estaban tan pesadas que no soportó el esfuerzo y cayó muerto.

Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quitó la piel al lobo y se la llevó a su casa. La abuelita comió el pastel y bebió el vino que le trajo Caperucita Roja y se reanimó. Pero Caperucita Roja solamente pensó: “Mientras viva, nunca me retiraré del sendero para internarme en el bosque, cosa que mi madre me había ya prohibido hacer.”

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